Se suele contar una anécdota sobre la actriz española Elsa Pataky, quien, tras superar una audición usando calcetines de distintos colores, decidió conservar el hábito porque creía que le traía buena suerte. Aunque esta historia no tiene pruebas de ser cierta, ilustra cómo se forman y fijan las supersticiones en nuestra mente.
Encontrar conexiones entre eventos es una de las características más fuertes de la mente humana. Desde una perspectiva evolutiva, esta tendencia ha sido crucial para nuestra supervivencia ya que nos permite predecir lo que sucederá en el futuro. Sin embargo, esta tendencia a establecer relaciones de causa y efecto también puede llevar a la creación de asociaciones engañosas. Por ejemplo, Pataky no conecta el color de sus calcetines con su actuación como actor, pero su mente en busca de patrones hizo esa conexión.
El psicólogo BF Skinner fue pionero en el estudio del comportamiento supersticioso en 1948, observando que las palomas desarrollaban rituales para obtener comida que se les dispensaba automáticamente. Este fenómeno, conocido como “condicionamiento contributivo”, revela cómo los humanos y los animales pueden establecer conexiones ficticias entre eventos. De la misma manera, las personas tienden a establecer conexiones entre acciones y resultados que en realidad no están relacionados.
La psicología también ha identificado el “sesgo de confirmación” como un factor que refuerza las supersticiones. Este sesgo hace que prestemos más atención a los acontecimientos que confirman nuestras creencias e ignoremos los acontecimientos que las contradicen. Por ejemplo, uno podría pensar: “Cada vez que lavo el auto, llueve”, olvidando las ocasiones en las que esto no sucedió. Este tipo de razonamiento puede llevar a la formación y perpetuación de creencias supersticiosas.
Otro aspecto que perpetúa estas creencias es la “profecía autocumplida”. Si una persona cree firmemente que necesita un amuleto para tener éxito, su ansiedad por su ausencia puede afectar su desempeño, reforzando su creencia inicial. Así, la superstición se convierte en una carga que, de ignorarse, puede generar ansiedad y afectar negativamente al rendimiento.
Las supersticiones son en su mayoría fáciles de seguir. Acciones simples como golpear la madera o cruzar los dedos requieren poco esfuerzo y brindan una sensación de control a pesar de la incertidumbre. El físico Niels Bohr, pese a ser un pensador analítico, tenía una herradura en su despacho y argumentaba que aunque no creía en los amuletos, le decían que traían buena suerte. Este ejemplo pone de relieve cómo incluso las mentes más racionales pueden sucumbir a creencias irracionales.
Las supersticiones también están profundamente arraigadas en la cultura y la tradición. Muchos son antiguos y se transmiten de generación en generación, como tocar madera, que tiene su origen en las creencias celtas sobre los árboles. El número trece, considerado de mala suerte, está asociado con Judas Iscariote y la Última Cena, lo que muestra cómo las supersticiones pueden vincularse a narrativas culturales.
La mente humana contiene dos sistemas de pensamiento: uno es intuitivo, que busca atajos y puede cometer errores, y el otro es analítico, que es más lento y reflexivo. Esta dualidad permite que coexistan creencias supersticiosas, incluso en personas analíticas. Así, al abandonar el contexto científico o lógico, nuestras mentes pueden volverse tan crédulas como nuestros antepasados. En definitiva, la superstición es un fenómeno fascinante que revela la complejidad y dualidad de la psicología humana.
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